Trabajar en equipo es algo que proporciona muchos más beneficios de los que la mayoría de la gente imagina. Ya nadie con un mínimo de experiencia puede negar la evidencia de que, aislados, cada vez valemos menos; que unidos alcanzamos metas infinitamente más altas; que un equipo es un ecosistema que nos protege y nos refuerza, nos hace crecer y nos da consuelo cuando lo necesitamos.
Pero, aunque sea algo evidente, no por ello se convierte en algo fácil de llevar a la práctica. Existen multitud de condicionantes que se convierten, que convertimos, más bien, en auténticos torpedos en la línea de flotación del equipo. Entre ellos destacan la desconfianza, la falta de comunicación o de liderazgo, la ausencia de implicación y compromiso, la desorganización, los conflictos mal gestionados, complementados por envidias, recelos, prejuicios, malentendidos y mil problemas más que hacen que, muchas veces, trabajar junto a otros se convierta en un auténtico suplicio.
Pero no nos desanimemos. Existen un montón de habilidades y competencias archiconocidas, que aprendemos desde que empezamos a ir a la guardería cuando éramos pequeños o incluso antes, en el propio seno familiar. Su puesta en práctica nos ayuda a conseguir más fácilmente nuestras metas, hace más productivo nuestro trabajo y el de los demás, nos ahorra tiempo y esfuerzo y, sobre todo, nos da calidad de vida porque nos hace más felices. Trabajar en un entorno agradable, sin tensiones, sin malas caras, sin puñaladas entre compañeros, sin tener que defenderte como estrategia diaria, hace que todo el resto de nuestra vida, la personal, la familiar, gane en todos los sentidos.
Así que… ¿es beneficioso trabajar en equipo?
¿De verdad alguien lo duda? No lo creemos, ya no intentamos convencer a nadie de ello porque es más que evidente. Y ¿entonces? ¿por qué no lo hacemos o lo hacemos mal?
Es algo parecido a lo que sucede cuando quieres perder peso. Sobre el papel es fácil: sólo tienes que ponerte a dieta y hacer ejercicio, cosas que están al alcance de cualquiera. Pero en la práctica es muy difícil. Imagina esos momentos en los que sientes hambre, ese hambre que te da cuando sabes que no debes comer, vete a explicarle a tu estómago que no, que es mejor seguir así, con esa sensación tan desagradable, por todos los beneficios que te reportará la abstinencia. O ponte a correr tres kilómetros y verás lo que te pasa cuando lleves quinientos metros. Te empieza a doler todo, te quedas sin aire y la sed que sientes es como si estuvieras en el desierto. Entonces, todas las razones que te han hecho ponerte el pantalón corto y las deportivas, y te han ayudado a salir a la calle trotando, se convierten en cosas sin sentido que se inventa la gente para amargarte la vida. Trabajar en equipo y liderarlo es muy fácil sobre el papel, cualquiera con un poco de aprendizaje puede hacerlo y nadie duda de sus bondades. Pero cuando estás en la faena, aparecen como de la nada mil y un motivos y excusas para volver a lo de siempre, a ti contigo mismo, a aislarte de los demás, a pensar que los otros molestan, al mal rollo y a las conductas defensivas, cuando no, claramente agresivas. Ya sabes lo que se dice por ahí: “si quieres que las cosas se hagan bien, hazlas tú mismo”.
Pues va a ser que no. Que cada uno de nosotros, en solitario, vale mucho menos que si trabaja mano a mano con otros en un buen equipo, complementándonos con gente que es mejor que nosotros en algún aspecto y ofreciendo nuestras habilidades y competencias al objetivo grupal.
Nos creemos perfectos, o al menos mucho mejores que los demás. Vemos los fallos y errores ajenos y pensamos: ¿ves? Si es que no valen para nada, menos mal que estoy yo.
En nuestros cursos de equipo solemos hacer la práctica de pedirle a cada uno de los participantes que nos diga a todos qué es aquello que mejor hace, lo que considera que es su mejor aportación al equipo. Uno a uno vamos apuntando lo que nos dicen en el rotafolios o pizarra que solemos tener de soporte. Cuando todos han hablado, leemos el resultado: un montón de competencias y habilidades valiosísimas. Entonces, si las unimos todas en un mismo “paquete”, si las consideramos en conjunto, la suma provoca que, de repente, aparezca el retrato de un conjunto casi invencible, más fuerte aún que la suma de sus partes.
Las personas están ahí, sus habilidades están ahí, la idea de colaborar está ahí, los beneficios que nos aporta están ahí, sólo se necesita que alguien, de vez en cuando, nos recuerde que debemos unirnos, que solos valemos menos y que hasta por puro egoísmo nos interesa trabajar unidos.