Trampas psicologicas

BARRERAS A LA RESOLUCION DE PROBLEMAS II: LAS TRAMPAS PSICOLÓGICAS

Además de errores de procedimiento, hay toda una categoría distinta de errores que pueden desviar hasta las decisiones más cuidadosamente consideradas. Los llamamos «trampas psicológicas». Se presentan porque la mente, a veces, nos juega malas pasadas.

Desde hace muchas décadas los psicólogos y los investigadores han venido estudiando cómo funciona la mente cuando tomamos decisiones. Esta investigación, en el laboratorio y en el mundo real, ha revelado que, inconscientemente, desarrollamos rutinas para hacer frente a la complejidad inherente en la mayoría de las decisiones. Estas rutinas, conocidas como heurísticos, sirven bien en la mayor parte de las situaciones. 

Por ejemplo, para calcular las distancias, la mente con frecuencia se vale de un heurístico que pone en relación claridad y cercanía. Cuanto más claro parezca un objeto, más cerca tiene que estar. Cuanto más difuso parezca, más lejos está. Este simple truco mental nos permite hacer una serie continua de juicios de distancia que se requieren para navegar por el mundo. Y sin embargo no es enteramente fiable. En días que son más nublados de lo normal nuestra vista tiende a engañar a la mente y hacerle creer que las cosas están más lejos de lo que están en realidad. La distorsión resultante no ofrece mucho peligro para la mayoría de nosotros, por lo cual podemos hacer caso omiso de ella; en cambio para un piloto de aviación la distorsión puede ser catastrófica. Por eso, los pilotos siempre recurren a medidas objetivas para calcular las distancias, además de su propia visión.

Los investigadores han identificado toda una serie de fallos semejantes en nuestro modo de pensar. Algunos, como el heurístico de claridad, toman la forma de percepciones sensoriales equivocadas. Otros toman la forma de prejuicios. Otros parecen, simplemente, anomalías irracionales en nuestra manera de pensar. Lo que hace tan peligrosas todas estas trampas es que son invisibles. Como la mayoría están grabadas en nuestro proceso de pensar, no las reconocemos hasta el momento en que caemos en ellas.

Aun cuando no sea posible librar la mente de estos fallos, sí podemos aprender a entenderlos y a contrarrestarlos. La mejor protección para no caer en estas trampas es tener conciencia de ellas, saber que nos están influyendo en la forma que tenemos de ver las cosas.

  • Confiar demasiado en la primera idea: la trampa del anclaje.

Al considerar una decisión la mente concede un peso desproporcionado a la primera información que ha recibido. Las primeras impresiones, cálculos o datos «anclan» los pensamientos subsiguientes.

  • Quedarse donde estaba: trampa de statu quo.

Al tomar decisiones la mayoría muestra una fuerte inclinación por la alternativa que perpetúa la situación actual. Esta inclinación se puede observar en una amplia escala cuando se introduce un producto radicalmente nuevo. Los primeros automóviles se llamaron «coches sin caballos», y se parecían muchísimo a los carruajes que reemplazaron. Los primeros «periódicos electrónicos» que aparecieron en internet se parecían mucho a sus precursores impresos.

  • Protección de elecciones anteriores: trampa de los costes no recuperables.

Todos tendemos a hacer elecciones que justifiquen nuestras decisiones pasadas, aun cuando estas últimas ya no sean válidas. Nuestras decisiones pasadas crean lo que los economistas denominan «costes no recuperables», viejas inversiones de tiempo y dinero que ya no se pueden recuperar. Sabemos muy bien que tales costes no tienen nada que ver con la decisión presente, y sin embargo influyen en nuestra psique y nos llevan a tomar decisiones equivocadas

¿Por qué la gente no se puede liberar de sus decisiones pasadas? A veces es sólo cuestión de confusión de ideas, pero, con frecuencia, es porque, conscientemente o no, no quieren reconocer que cometieron un error (aun cuando el «error» se debiera a mala suerte y no a una mala decisión). Reconocer una decisión que resultó desacertada puede ser una cuestión enteramente privada, que sólo afecte al amor propio de uno, pero en muchos casos es una cuestión pública, que produce comentarios críticos o evaluaciones negativas por parte de los amigos, parientes, colegas o jefes.

  • Trampa de no recordar bien.

Como el ser humano deduce las probabilidades de un suceso de su propia experiencia, o de lo que él puede recordar, y todos resultamos afectados exageradamente por los sucesos dramáticos, que nos causan una impresión profunda, es por eso que todos exageramos las probabilidades de los acontecimientos raros pero catastróficos como los accidentes de aviación, pues los periódicos les conceden una atención desmesurada. Un hecho dramático o espectacular de su propia vida también distorsionará su modo de pensar. Uno asigna una probabilidad más alta a los accidentes de tráfico si vio uno yendo al trabajo, y cree que alguien tiene mayor probabilidad de morir de cáncer si un pariente o amigo murió de esa enfermedad.

En efecto, cualquier cosa que distorsione nuestra capacidad para recordar los hechos con serenidad, distorsiona la apreciación de las probabilidades.

  • Ver lo que uno quiere ver: trampa de buscar la confirmación.

La trampa de buscar confirmación afecta no solamente a la búsqueda de los datos sino también a cómo los interpretamos. Esto nos lleva a conceder demasiado peso a la información corroborativa y muy poco a la contraria.

Aquí hay dos fuerzas psicológicas fundamentales en acción. La primera es nuestra tendencia a resolver subconscientemente lo que queremos hacer antes de pensar por qué lo queremos hacer. La segunda es nuestra tendencia a interesarnos más en las cosas que nos gustan que en las cosas que no nos gustan (tendencia bien documentada incluso en los niños de cuna). Es natural, pues, que nos atraiga la información que confirma nuestras inclinaciones subconscientes.

  • Plantear mal la pregunta: trampa de planteamiento.

Un joven sacerdote le preguntó a su obispo: «¿Puedo fumar cuando estoy rezando?» La respuesta fue un rotundo «¡No!». Pocos días después se encontró con un sacerdote viejo que estaba fumando un cigarrillo mientras oraba. El joven lo reprendió diciéndole: «No debe fumar cuando está rezando. Se lo he preguntado al señor obispo y me ha dicho que eso no se puede hacer».

«Es extraño – repuso el viejo sacerdote – yo le pregunté al obispo si podía rezar mientras fumaba y me dijo que sí, que se podía orar en cualquier momento».

Como lo revela este viejo cuento, la manera como se haga la pregunta influye profundamente en la respuesta que uno reciba. Lo mismo es cierto en la toma de decisiones. Si plantea mal su problema no es probable que llegue a una buena elección.

  • Demasiada seguridad en uno mismo: trampa de exceso de confianza.

Creer que somos capaces de resolverlo todo, tanto de forma individual como en equipo, es un error que nos lleva al desastre en muchas ocasiones. Hay veces que no tenemos los conocimientos, experiencia, herramientas o personal para afrontar determinados problemas, que, por su complejidad, exigen buscar ayuda de expertos. Pero muchas veces pensamos que eso es indigno, nos quita prestigio ante los demás, pone de manifiesto nuestras debilidades. Gran error. Buscar ayuda y aprender de quien sabe hacerlo es una clarísima muestra de inteligencia y de capacidad.

BARRERAS A LA RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS I: LOS ERRORES DE PROCEDIMENTO

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